El papa Francisco volvió a lanzar ayer un llamado a la hospitalidad con los migrantes y consideró que “el pecado era renunciar conocer al otro”, con ocasión del 104 Día Mundial del Migrante y del Refugiado.
“Cada forastero que llama a nuestra puerta es una ocasión de encuentro con Jesucristo, que se identifica con el extranjero acogido o rechazado en cualquier época de la historia”, declaró el papa durante una misa solemne celebrada en la basílica de San Pedro de Roma.
“No es fácil entrar en la cultura de los demás, ponerse en el lugar de personas tan diferentes de nosotros, comprender sus pensamientos o sus experiencias”, dijo en italiano el pontífice.
Para Jorge Bergoglio, originario de una familia de inmigrantes italianos en Argentina, “renunciamos a menudo al encuentro con el otro y levantamos barreras para defendernos”.
“Las comunidades locales a veces tienen miedo de que los recién llegados perturben el orden establecido, ‘roben’ algo que ha costado construir”, continuó.
“Los recién llegados también tienen miedos: temen la confrontación, ser juzgados, la discriminación, el fracaso. Esos miedos son legítimos, están basados en dudas totalmente comprensibles desde un punto de vista humano”, aseguró el papa.
Para el pontífice, “tener dudas y miedos no es un pecado. El pecado es dejar que esos miedos determinen nuestras respuestas, condicionen nuestras elecciones”, aseguró.